Kate Pickering by Natalia Queirolo

Art is like a living creature that evolves through time. From statements imposed by old schools to antagonistic points of view that have created a whole new spectrum of subjective movements. Art is nowadays conceived as the expression or application of human creative skill and imagination into a visual form. It is an open-minded practice that has no prejudices of any kind or form. A non-discriminatory discipline that holds no restrains. It brings a space for artists to express themselves freely. However, in the midst of this total freedom, the artist Kate Pickering states a different point of view.

Kate has agreed to meet me in the south of London, close to where she lives. We are having coffee and tea for a change. I can sense some blend of discomfort and irony in her eyes when she explains to me that this non-discriminatory aperture of art is deceiving, especially if the artist is an evangelical. “You can be as disruptive as you want to be, as long as you are not an evangelical Christian”, says Kate with an ironic smile. “That’s where the line is drawn”.

And this is not Kate preaching out loud her believes, but she does play with it in her work. “For a long time, I’ve been making work around questions about faith and belief. About the anomaly of being a christian in the art world”.  Kate’s work goes around creating texts about her research’s adopting fiction and experimental theories. She sometimes involves movement in her performative readings.

Kate's MFA final degree exhibition, ‘Untitled’, was a screening of a scripted performance playing on ideas of the threat of religious fundamentalism. She enacted an artist who displays a progressively zealous and religious aspect to her description …

Kate's MFA final degree exhibition, ‘Untitled’, was a screening of a scripted performance playing on ideas of the threat of religious fundamentalism. She enacted an artist who displays a progressively zealous and religious aspect to her description of her artistic practice, finally labelling it 'the truth'.

Seems like believing in organised religion goes beyond the pale for some people. And it’s not that Kate regrets working about these subjects, but she is now more conscious of how many doors have been closed because of it. "I think my degree show was good, but I thought it was a terrible idea in relation to my career because I shot myself in the foot. I was not invited to any exhibitions initially after my degree show because the performance made people feel uncomfortable", explains Kate to me of what happened to her after graduating from her master in Fine Art Practice Goldsmith in 2009. 

Ironically, art and religion were almost completely embedded to one practice in the 15th and 16th century. As a Guardian article says, from the dark ages to the end of the 17th century, the vast majority of artistic commissions in Europe were religious. Kate’s career would have probably been much more accepted then. Ileana Tu, an art curator from Taiwan, on the other side says that it’s not that art discriminates religion, but that art should let people think, reflect rather than complain. It should take the form of a philosophy term.

“I gave up thinking that people would like my work” (In relation to her past work)

“I gave up thinking that people would like my work”

(In relation to her past work)

As part of her PhD proposal, Kate is currently working on a project around megachurches, places where there are 2000 or more people attending a religious service.. She is particularly interested in the way that site, spectacle and narrative works within the church group. Her interdisciplinary, practice-based project, seeks to understand the orienting appeal of Evangelicalism within a 'post-truth' political climate. Her next short term future plans are to go to Lakewood Church in Houston, Texas, currently America's largest megachurch. For her, these megachurches are quite boundaried in relation to behaviour. They have different norms and assumptions to secular environments.

Kate no longer considers herself an evangelical and attends church occasionally for research purposes. She believes it is important however to keep an open balanced mind when visiting megachurches and not approach them cynically. 

Katmandú & Nuwakot by Natalia Queirolo

Era verano en Madrid, donde aún vivía. Mediados de julio de 2016 para ser precisa. Esos meses en que el sol sale de madrugada y se oculta cerca de las nueve y media de la noche. Cuando las calles donde no corre el viento se convierten en el último lugar donde quieres estar. A finales de octubre debía dejar esa habitación y luego no tendría dónde vivir por casi un mes. Mis opciones eran claras: alquilar otro cuarto en Madrid o usar ese mismo dinero para viajar fuera del país. No hubo lugar a dudas. Solo necesitaba un destino.

Pensé en un gran compañero de viajes y recordé su experiencia como voluntario en Nepal, país asiático al que viajó para construir casas luego del devastador terremoto de 2015. “Conocí gente con alma, gente que estaba allí con la única intención de ayudar”, me dijo. Pensé también en Lima, mi ciudad, a lo lejos. Sentí la misma frustración que probablemente sienten muchos cuando ven las noticias de un mundo que a veces parece solo retroceder. Según datos oficiales, el terremoto de 7.8 grados que sacudió Nepal en 2015 causó 7365 muertos y 14 355 heridos. El epicentro fue muy cerca de su capital, Katmandú, acrecentando aún más el desastre. La sacudida tumbó prácticamente la capital entera y las construcciones de los pueblos aledaños, que se esparcen por sus majestuosas montañas. Me puse en contacto con All Hands, una organización sin fines de lucro que organiza labor voluntaria en Nepal. Esta vez yo no sería una turista. Como fotógrafa y como persona, mi mirada sería otra.

 

Katmandú y Nuwakot

El tráfico y caos de la capital de Nepal es sorprendente. Que manejen en el sentido contrario es lo de menos: ahí se maneja como si no hubiera mañana (a pesar de eso jamás vi un choque, no entiendo cómo). Las vacas caminan por las pistas, casi todas las calles están sin asfaltar y no recuerdo haber visto una vereda o un edificio con más de diez pisos de alto. Casi dos años después, la pobreza y las consecuencias del terremoto son notables.

A cinco horas de la capital está el pueblo de Nuwakot. Llegamos en bus y luego caminamos cuarenta minutos cuesta arriba para llegar a la casa de All Hands. Para sorpresa nuestra, arribamos en una noche de celebración y las voluntarias estaban vestidas con vestidos típicos nepalíes. Todos nos recibieron con bailes, risas y abrazos. En la casa había más de 40 voluntarios de todas partes del mundo: hice amigos de Inglaterra, India, Australia, Estados Unidos, Colombia, España, Israel, Alemania, Francia y otros países. Estábamos todos ahí reunidos para construir una escuela.

Durante los siguientes días aprendí a hacer los nudos que arman la estructura de una construcción, a preparar cemento, a emparejar el suelo y a construir escaleras, las mismas escaleras por donde subirían los niños que, debido al terremoto, en ese momento estudiaban en habitaciones de lata con mucho calor. En nuestros días libres, aprovechábamos para bañarnos en el río de Trishuli o subir por las montañas del distrito de Nuwakot hacia la fortaleza de Saat Tale Durbar (construida en 1762). La primera vez que subí a la fortaleza estaba sola y conocí a Ganu, una mujer de 70 años que le servía ofrendas a un dios hindú. Me acerqué a ella con la intención de fotografiarla, pero sus gestos de cariño y energía me envolvieron totalmente. Cuando mis amigos llegaron me encontraron bailando con la cara pintada y collares colgando de mi cuello.

Por las noches las calles del pueblo no tenían luz, pero nunca tuve miedo. Ya en la casa, comíamos como en familia y nos sentíamos una familia. Sin Internet ni celulares a la vista, todos estábamos conectados con lo que estábamos viviendo, con nuestra experiencia del día a día. Nos acostábamos a las nueve de la noche arrullados por el sonido de la lluvia y a las cinco y media de la mañana estábamos fuera de la cama preparándonos para trabajar.

Al no hablar nepalí, fue un reto acercarme con la cámara a la gente de Nepal. Un reto que con respeto y tranquilidad interna pude superar. Mi objetivo fue retratar a través de fotos análogas las sensaciones y mensajes que me transmitían las personas y el lugar. No busqué fotos bonitas, mi ojo estuvo concentrado en miradas sinceras. Imágenes que expresen la esencia del lugar. Me despedí de Nepal sin el miedo con el que llegué. Sin la angustia de tener un futuro incierto. Aprendí que una de las mejores maneras de conocer un país es haciendo labor social y trabajando mano a mano con desconocidos. Realizando un viaje que en lugar de alejarte, te conecte contigo mismo y con la humanidad.