El aire era congelado, tanto como los rostros de los danzantes. Absortos por la altura y el cansancio bailaban sin detenerse durante todo el día. Eran las 5 de la madrugada del martes 17 de junio -un día antes de finalizar la peregrinación- y aún se escuchaban los tambores y las trompetas de las bandas musicales a todo furor.
“Muchos critican esta peregrinación porque no la entienden. Acá la gente viene a sufrir para que se les perdone los pecados. En esta vida, para conseguir lo que sea, uno tiene que esforzarse”, me dijo Wilfredo Huillca, guía turístico de la agencia Explorandes.
Desde 1780, cada año asisten -a las faldas del nevado Colquepunco, en plena cordillera oriental de los Andes- más de 100 mil personas. Es la peregrinación más grande de Sudamérica.
Venir a este lugar no es festejar, se deja algo de uno como ofrenda. Hay que caminar ocho kilómetros, por encima de los 4000 msnm, desde el pueblo de Mawallani hasta el santuario en Sinakara. Allí se acampa y se llega a soportar temperaturas de hasta -10 grados en la madrugada.
“Cuando alguien está haciendo algo difícil, está haciendo algo importante. No importa a que Dios se lo dedique, lo hace porque quiere curarse”, explica Wilfredo.
El sincretismo religioso que se experimenta en el peregrinaje es notable y la dualidad católico y andino se siente en cada paso. Por un lado, los fieles vienen a venerar la Santa Imagen del Señor de Quoylluriti pintada en una gran roca, pero también llegan para darle ofrenda al nevado Colquepunco que se encuentra detrás.
Para el mundo indígena, las montañas son huacas, o medios de lo sagrado para comunicarse con lo humano. La piedra no es considerada materia inerte, tiene alma, puede llorar, hablar y moverse.
En la época de la colonización, los españoles construyeron iglesias encima de todos los lugares sagrados de los incas para como parte del proceso de evangelización. Cuentan los pobladores que la piedra en donde se pintó el señor de Quoylluriti fue en su momento una huaka sagrada.
“Los glaciares eran considerados divinidades básicamente porque nos dan vida. Si no tenemos sol, no tenemos vida; si no tenemos agua, no hay vida”, aclara Wilfredo.
Antiguamente, los danzantes subían al nevado para extraer bloques de hasta 30 kg de peso y ofrecerlos como ofrenda al Señor de Quoylluriti. Esta actividad ya no se realiza hoy. El nevado se ha reducido en un 30% debido al calentamiento global y permitir que se extraiga lo poco de hielo que queda sería como acelerar su total extinción.
Cuando concluyó la misa de bendición, el martes 17 a las 11 de la mañana, los peregrinos iniciaron su retorno a sus lugares de origen. Muchos volvieron por la ruta de Mawayani, pero la mayoría escogió la ruta de 24 horas por las alturas de Machacruz, Yanacancha e Intilloqsimuy.
Sin pensar en el frío o el dolor en mis pies comencé a caminar junto a los fieles rumbo a Yanacancha. ¿4.500 msnm? ¿4700 msnm? Perdí la cuenta. La altura confunde las cosas. La música constante y el cansancio me mareaba. Solo la tranquilidad de las montañas me daban algo de paz. Pero siempre consiente de que era una calma de doble filo.
Paro, respiro y sigo. A cada paso me desvanezco y me vuelvo a recuperar. Estoy aquí conociendo mi cuerpo. A veces como parte de mí, a veces como un sujeto ajeno. No pude continuar peregrinando con los danzantes. No tenía ni el abrigo ni el equipo necesario para soportar las radicales condiciones climáticas que se aproximaban.
Me despedí del Señor de Quoylluriti a 5100 msnm mientras veía alejarse a los danzantes por las montañas. Aún bailando. Aún peregrinando.